domingo, 4 de enero de 2009

Los nuevos bárbaros



A los lectores que aquí aparcan parte de su tiempo -sé que son escasos pero bien nutridos-, me gustaría regalarles un libro de apenas cincuenta páginas. Últimamente lo he llevado conmigo como si de un breviario laico se tratase. Y es que habla de dios, de Jesucristo, de los ángeles, pero, sobre todo, habla de todos nosotros y de los nuevos bárbaros. Narrado en primera persona nos interroga constantemente sobre nuestros delirios, meditando sobre lo sencillo como respuesta clara. Se mete en el laberinto humano del existir, del sobreexistir, el absurdo del miedo como arrebatador de la libertad. Y como he dicho que me gustaría regalarles el libro y, de momento, veo que no es posible, es por lo que sin pegar nada de la red y a pulso de una personal elección he escogido estos versos de cada una de las partes de que está estructurado el libro. Disfrutad, amig@s.

I

Los ángeles, como guerreros camicaces,
se estrellan contra las antenas parabólicas
o caen asfixiados por el aire contaminado,
o calcinados por el fulgor de las bombas,
mientras Dios se ahoga en su propio llanto
al contemplar su reino en ruinas,
la aterradora visión de su Apocalipsis,
la sangrienta muerte de sus criaturas,
decepcionado y amargamente ofendido
por el insolente agravio a su omnipotencia,
por la inesperada venganza humana
por el antiguo diluvio, cuando quiso Dios
exterminar al hombre de la tierra,
...
Ya no creo en los ídolos antiguos,
ni tampoco en los nuevos que opositan
a la plaza que Dios dejó vacante,
aunque hay que estar alerta
para no beber de su veneno.
Quizás sea este mi único cometido:
anunciar los modernos tenderetes
de la salvación, los nuevos templos.

II

Cuándo dejará el hombre
de ensoñar patrias luminosas,
esas golosinas del espíritu,
cuándo de fabular islas de los bienaventurados
que le pongan a salvo de la vida y
más allá el dolor y de la enfermedad,
más allá de la pobreza y la injusticia,
más allá de la guerra y de la muerte,
más allá del bien y del mal.
Cuándo comprenderá que la enfermedad
es la mejor tasación del valor de la vida,
y que el dolor es el nido de la resistencia,
y que la pobreza es siamesa de la riqueza,
como la muerte lo es del nacimiento:
nacemos a nuestra propia muerte.
Y qué decir de la injusticia si sabemos
que es el miedo quien dicta nuestra leyes
y estrecha el cerco de nuestra libertad,
el mismo que traza fronteras y eleva muros,
a la par que diseña armisticios de paz y alianzas.
...
Cuándo caerá en la cuenta de que la buena nueva
es que no hay buena nueva y debe alegrarse por ello,
y debe sentir el júbilo de pertenecer al mundo
y el regocijo de amar las cosas de la vida
por ellas mismas, no por su promesa.

III

Atraída por el tumulto del centro comercial,
atrapada en esa alocada cueva de Aladino
con escaleras mecánicas y suelos de azófar
que recuerdan el fulgor de la nieve al sol,
me senté apresurada en una mesa
y estremecida oí, bajo el bronco griterío,
el clandestino susurro de un gran ejército
de siniestras termitas de la angustia
que horadaban los pilares de los cuerpos
y urdían sus madrigueras en las vísceras,
como cáncer desarbolado e imperialista
que toma en detrito la gracia de las formas.
Pues, ¿de qué otra cosa sino de angustia
están llenos estos funambulistas del miedo
que saben que el futuro es un viejo antepasado
de una lejana y extinta y olvidada estirpe,
y que el presente se agota al final de cada día
sin dejar más poso que el olvido y la tristeza?
¿Qué ahorran y atesoran esos hombres,
eternos adolescentes, los nuevos bárbaros,
pobres sin cura y sin antídoto
que ven la vida como un botín de guerra
que se conquista tan rápido como se acaba,
y se esfuma tan fácil como sus huellas,
esa nada envuelta en oro falso y celofán,
fuegos fatuos de nuestra codicia,
de nuestro proceloso deseo,
con gula de la bella mentira,
siempre con hambre insaciable
del perpetuo espectáculo y bullicio
que arruina con un ruido guerrero
la escucha de nuestro íntimo rumor?
...
¿Qué de la vida como aventura?
¿Qué de la sabiduría de la contención?
¿Qué del recreo en la elección
-miel del deseo-,
qué del mérito y del sudor para poseer y
de la noche en vela y la esperanza
de lo inédito y aún no poseído?
¿Qué de la vida sin esta manquedad,
sin este menos al que aspiramos como ganancia
y, con suerte, nunca alcanzaremos,
sin esta gana de más,
que nos igualaría con la muerte?

IV

¿Por qué, entonces, el ayuno,
esa perpetua cuaresma,
esta obsesión por hacer del propio cuerpo
una materia inmaterial, una materia prima,
un recinto del vacío?
¿Es tan estrecha ahora la vida
que sólo necesita una talla S?
¿Tal vez buscan estas jóvenes
la levedad del aire, la libertad del vuelo,
el éxtasis místico de fundirse en la nada,
el ansia pánica y divina de ser nada
para ser siempre y serlo todo?
¡Ay, las nuevas santas anoréxicas!

V

¿Hemos llegado con retraso y a deshora?
¿Hemos llegado tarde al primer paraíso
y demasiado temprano al paraíso final?
...
¿No hemos hecho acaso de este mundo
una selva global,
un anticipo del infierno,
una avanzadilla del fin?
¿Somos ahora todavía más bárbaros?
Si esto es así, ¿cómo no anhelar paraísos,
aunque sean de plástico,
cómo no soñar con héroes salvadores,
aunque sean de cómic o de película?
...
Y mientras tanto, ¿qué hacemos?
Interpretamos nuestro drama:
hacemos como que hacemos,
nos movemos como si nos moviésemos,
como monigotes de un zootropo,
con un movimiento que ha olvidado
su primera causa y su causa final,
...
¿Cuándo perderemos el tiempo para ganarlo?

6 comentarios:

Inés González dijo...

Muchísimas gracias Manuel por este regalo, el III poema no tiene desperdicios.
Un abrazo fuerte.

ybris dijo...

Pues sí que suena bien.
Gracias.

Un abrazo.

Pedro Delgado dijo...

""He mirado al sol como siempre
y lo he visto llorando.
Su mirada no era corriente,
parecía cansado,..."

De una canción titulada "Los niños juegan a matar". La escribió mi hijo Manuel con catorce años y ganó un premio escolar (principio de los ochenta del siglo pasado).

Saludos flamencos.

Pedro Delgado dijo...

P.D. ¡Gracias por el regalo!

Anónimo dijo...
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Shandy dijo...

No conocía este libro de Mercedes Blesa, así que gracias por darlo a conocer y colgar un texto que no tiene desperdicio. Podría seleccionar muchos versos, pero me quedo con estos ( copio y pego):
Cuándo caerá en la cuenta de que la buena nueva
es que no hay buena nueva y debe alegrarse por ello,
y debe sentir el júbilo de pertenecer al mundo
y el regocijo de amar las cosas de la vida
por ellas mismas, no por su promesa.

Y con el final, porque me trae a la memoria este poema de Benedetti:

TIEMPO SIN TIEMPO
Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
qué hacer con él

tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo pueda abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy no es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme en el canto de un gallo
y para reaparecer en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.