sábado, 30 de mayo de 2009

En seco



Una pared así, en seco, en sujeción ya del cielo. La miro con los ojos diestros en lamentos. La miro con la plenitud de haber sido junto a ella. La miro acelerado y paso. La miro quieto para sentir la desproporción que acusa la infancia, lo realmente querido y no planteado. No hay momento que no pasee por aquellos lugares y no arrime la infancia a desenfundar un recuerdo, a alimentar un gesto o una pequeña carrera. Una pared así, en seco, el tributo de irnos de su lado.


martes, 26 de mayo de 2009

Nido



Cayó este nido al suelo desde un pequeño ciprés que hay justo en la entrada a casa. Apareció en el suelo, así de intacto. Debió de caer tras la tormenta del viernes por la noche. Lo recogimos primorosamente, lo fotografiamos. Lo devolví a su lugar, sabiendo que acabará deshaciéndose.


Elijo un trenzado, el del hilo
vegetal de un nido, elijo la pausa
de un sueño en el acomodo liviano
de las plumas de un nido, elijo
la cuenca calculada, fomento de calor
en un nido, elijo su localidad,
siempre árbol o seto dispuesto,
taza de vida, mimbre abierto al vuelo,
destacada hondura, gesto de recogida
siempre un nido, de dormir, lo haría
sobre el período que dejas tras ellos,
tú nido, ligera abundancia, serena
fuente de primavera y amanecer.


sábado, 23 de mayo de 2009

Vastedad

Donde el mar me añade puede llamarse
vastedad, justo en esa parte que abate,
prolonga o destruye, parte instructora
de lo intenso, extremo navegable al deseo.
Tu no eliges su episodio sereno, o su
indumentaria bravura, entrar donde Él,
no ver horizonte ni tierra, haber hecho
parte a nado y ser, a partir de un momento,
fundamento y rumor, engranaje y hueso,
y, sin quererlo, también instrucción
de la nada, seguro de haberte agotado y
no haber, por parte de las aguas,
su más mínimo aprecio.
Pero oye, así es el mar,
así de injusta tu crecida en Él,
donde te habías creído sal.



jueves, 21 de mayo de 2009

Sacudida

Me sacude una frase y de sobra
sé que no debo pasarla por alto,
hacerlo sería desperdiciar,
llamémoslo, sin riesgo,
un poema: turbulencia tuya
querenciada de palabras.

'¿En qué forma de respirar
debo detenerme?' Y te ha surgido
mientras dabas vueltas al azúcar
de un sencillo café en vaso.
Y en el primer trozo de papel
a mano lo escribes,
tal y como te vino,
para leerlo de nuevo y avanzar
el tramo necesario, concretar
tu adecuada respiración a cada
una de las cosas que te rodean
o te asfixian
y decidir los márgenes
de cada inspiración.


sábado, 16 de mayo de 2009

Teresa

Se me apareció la muerte
cuando pensé de olvidarte.
Se me apareció la muerte.
Como la vida es tan amable
yo volví de nuevo a quererte.


Malagueña de Gayarrito




Federico Zurita Escalona siempre tuvo en el palomar de los Algoores su espacio de vuelo reservado.


-¿Por quién tocan a clamor?
-Murió Fede, se lo encontraron tirado en el camino de los Algoores con los bolsillos llenos de trigo.
-Se le acabaron los mensajes a Teresa.
-Eso también pensé yo al enterarme de su muerte.
-¿Y fue de muerte normal?
-Debió parársele el corazón.


Alrededor de la puerta de la casa de Federico se congregaba la gente del pueblo que quería echarle un último vistazo. Hablaban. Un pasillo en 'ele' llevaba a las flores, al cirio, a la caja y al silencioso hablar.


De una bandada de palomas se desprendió una para ir a dar junto a aquella puerta. Llevaba una anilla, o algo.
-Trae un mensaje dorado, dijo el primo de Fede.
-No, es un anillo dorado, lo conozco a la legua.


No pasó desapercibida la paloma a nadie. Ni su mensaje o su anillo. Se le dejó pasó. Quería entrar en la casa. La conversación paró mientras los ojos seguían hablando en reposo. La vieron entrar, encarar la 'ele'. Quien salía en esos momentos de la habitación se apartaba y se la quedaba mirando. No giraba la cabeza, andaba suelta, estirada, sin proteger su retaguardia. Sabía adonde iba, se sabía protagonista. Al llegar a la habitación, el almacén de susurros y recuerdos paró en seco. Se acercó a la caja haciendo unos gestos como de querer pasarla revista no fuese que del brillo de la madera se hubiera gestado alguna mácula.

Por un momento se dobló el silencio, pero sólo por ése momento porque al subirse la paloma al féretro la gente empezó a destilar con rigor lo que se intuía: la íntima relación de Federico con cada una de las palomas. Sabían que Federico acudía con trigo en los bolsillos al palomar, que las entrenaba para hacer llegar mensajes, que las seducía para, en su presencia y nada más llegar, le flambeasen un vuelo. Ahora lo confirmaban por la manera de acudir aquella paloma, por la forma de rodearle el rostro tras el cristal, por el sensual afilado de su pico que habría de hacer frente a él.

Tras esas manifestaciones tan luminosas, la paloma se quedó traspuesta, justo en la vertical de la cara del más presente. La dejaron, no la interrumpieron. Intuían de nuevo que la paloma sobrevolaba un momento de paz y respeto y que, es como si viniera a dar el pésame calando un gran sentimiento, si cabe, aún mayor que el de los allí aún vivos y conocidos del difunto presente.

Entre lo que se hablaba en voz baja empezó a destacar el asunto del anillo. Alguien dijo que era el anillo de Teresa.
-Es el anillo de Teresa.
-¿Qué?
-Que dicen que lo que lleva en la pata es el anillo de Teresa.
-¿Qué?

Y de la voz encogida alguien pasó a resaltar, a restallar:
-¡El anillo de Teresa!

En ese momento la semidormida paloma tomó vuelo, como si saliese despedida de la casa. La gente se apartó del pasillo, en la salida.


martes, 12 de mayo de 2009

Sementera




Por éso. Por éso conservo en mis bolsillos semillas de palabras que sólo germinarán bajo la única condición de que la sombra no les aturda. Luego ellas ya la proporcionarán, pero éso es otra cuestión. Siembro la palabra 'tierra' y lo que empieza a salir es un bulto mullido y jugoso que tenderá hacia una escultura donde las hojas serán de una finísima loza donde comer acompañado. Ahí quedará para cuando la guillotina desbroce la soledad. Siembro la palabra 'amor', para por si acaso, por eso de contrarrestar la penumbra. Y ojo, al principio la planta denota cierta carnivorosidad, ejecuta sombras como soles, no requiere riego, tan sólo la postura de un beso y el cebar unas palabras que, a poder ser, no se las lleve el humo. Reunidas esas condiciones, nos garantizamos el aroma de sus hojas que son flecos de piel y que te pueden hasta anudar los orgasmos para no desperdiciar de ellos un gramo. Siembro la palabra 'escarbar' y gozo por los perros que vendrán a limar sus uñas sólo por ejecutar entre sus dientes los frágiles huesos de cristal antes de que nazcan. Y si alguno logra medrar mucho, se que en árbol de ventanas derivará: subirme a él y abrirlas.

Y más semillas tengo, pero no doy pistas de momento de su fecundidad, de sus riesgos. Ahora voy a ponerlas en remojo pues la soledad es tan incauta que rápido te lleva a actuar y a prepararte adecuadamente.
Ahora, espectador de mi actor, figurante de espera soy.



Dos canciones para mi sementera


Oímos las campanillas de las mulillas.
Alguien canta mientras ara.
Se cantaba en las labores del campo, en la trilla, en la siembra.
Víctor Monge, Serranito, abre la guitarra en esta breve temporera como quien siembra notas a delicado voleo.




Oímos las ventanas al alma.
Vicente cuando quiere escarba, medra hacia el interior de la guitarra.
Y nos hace partícipes de brotes llenos de hondura en esta minera.

sábado, 9 de mayo de 2009

El vuelo que Lucinia y Simón dejaron.




Lucinia y Simón hace años que abandonaron esa casa yendo a una residencia. No tuvieron hijos. Él murió hace...no sé. Ella hace dos. La casa tiene una pequeño porche muy soleado. Aún conserva la cortina de entrada. Algo hay en los pueblos que delata el abandono de un hogar, la muerte de sus moradores. Hace unas semanas hablaba con José Manuel y Antonino en la plaza donde está la casa a la que aludo. Vi cómo una golondrina se metía en el porche. Me asome: ahí estaba el nido. Me lo fotografié. Me interesaba el detalle fresco del nido, la línea húmeda de su labor, el ir y venir del barro; también señalar que se trataba de un nido en el porche de una casa con su cortina.

Lo que delata el abandono es la presencia de los pájaros, las palomas y las golondrinas. También la vegetación que acaba circundando una casa. Un amigo entrañable me dijo un día a propósito de un mimado jardín que su dueña había ido cuidando y acicalando y que cuando ella murió se convirtió en una maraña de vegetación:

 Manuel, cuando abandonamos, cuando nos vamos, las plantas nos pasan las escrituras de la tierra y nos dicen, eh, que ahí estábamos nosotras antes.

Pues eso mismo observé también en unas puertas traseras grandes de una casa: las zarzas atravesaban los huecos de sus tablas.

Los pueblos, las huidas, la muerte, los vuelos.




miércoles, 6 de mayo de 2009

Pintar en blanco




Casi estabas a oscuras cuando me trazaste por primera vez en ese papel. Sabías de mi manía de tocar, sentir el tipo de papel que elegías para los retratos. Te enseñé mi colección de rostros el largo día que nos conocimos. Recuerdo lo que te dije, que cada rostro necesitaba un papel diferente, que a un rostro surcado le iba mejor un papel lleno de vida. Me miraste, te llevé a mi estudio, repartí unos cuantos papeles en blanco sobre las mesas, tiéntalos, sí, es como si ya sintiese un dibujo concreto, fue tu comentario. También te dije que la luz no era lo más importante, que en los rostros pinta más la mano que se acerca a la cara que la que sostiene el pincel, el lápiz. Toqué el papel en el que me ibas a sujetar, te dije que brincaba demasiado, pero sólo tú lo amansarías sobre tus piernas al acercar el carboncillo. Venías hacía mí y, reduciendo la luz del quinqué que nos acompañaba, mi oído ya iba a intuir el rasgo que habías iniciado en el papel: te escojo oscuro para pintarte claro, pegada a mi oreja lo decías, con tus labios llenos de rincones. Con la luz del quinqué disminuida y el papel amarrado a tus rodillas volvía el trazo. Ni siquiera una voz mandándome el estar quieto, mi güisqui era mi parcela, mi modo de mover lo brazos, mi modo de tocar en ese momento. Ya está, me lo tendiste. Le pasé la mano casi sin rozar para no extender el carboncillo. Te recuerdo a oscuras, como allí estábamos, recuerdo que te dije, este rostro está dormido. Y tú echaste una carcajada como un lienzo y yo sabía porqué. El papel que elegí ya te tenía dibujado, bombeaste a mi oído.





LLÁMALE AMOR (Rumba)

Amores que provocan mi locura
amor es cuando mueves tu cintura
es la poesía y la pintura
amor es el toreo de ternura

Llámale amor
llámale llama
fuego que nace con esta gitana

Lagrimas las de mi mare
que reflejan su alegría y sus pesares
Noche clara entre dos mares
y la luna se mecía con el aire
Fuente de padecimiento
son los apegos que siento
yo recordaba a mi mare
y hasta la luna lloraba amor al aire

Llámale amor, llámale amor
llámale llama, llámale llama,
ay amor, llámale llama
fuego que nace con esta gitana

Por mas que yo imagine que me quieres
la realidad es pura como el duende
el duende tan puro como los sueños
mis sueños siempre tu mi amada muerte

Llámale amor…


Pele, Vicente Amigo - LLÁMALE AMOR