sábado, 7 de febrero de 2009

Sé meticuloso



Me quedé mirando el interior de aquel espacio tan vivo. Ya sin ti.
De cuando estuvimos en Córdoba paseando por sus calles, por sus casas color albero. Tú ya la conocías, englobabas sus espacios como una luz insinuante. Me hablaste de allí, ese sencillo patio donde te confundías con el mar, donde los helechos podían asumir el exceso de pasión, donde cada paso, al entrar, sería un velado gemido por venir.

Me viste en el parque de Colón. Allí habíamos quedado. Aludí a las enormes palmeras de ese bello rincón. Tú aludiste a tu isla, como llamabas a ese espacio, rincón, mar retumbante. Me diste la mano que yo tensaba a la vez que te daba la vuelta con un beso. Vamos allá, al espacio acordado, me dijiste. Y fuimos allá. Entonces el invierno estaba madurando, terminaba. Las mimosas eran plenitud, todo pujaba. Llovía y no llevabamos paraguas, yo te rodeaba con mi abrigo. Nada más entrar vi que eras como la dueña de ese lugar. Todo tan sencillo, ocupando el lugar que nos merecíamos. Sé meticuloso, me dijiste levemente, pero no hacía falta esa mención. Sabías que te dedicaría una cadencia como la de la lluvia.

El interior de aquel espacio tan vivo donde ya sin ti.



Esta soleá de Vicente Amigo es la que me inspiró este relato o lo que sea. Su delicadeza es tal que me ha llevado a escucharla de un modo obsesivo, a intentar reponer esos dos toques fuertes y secos que se desmarcan de la suavidad del conjunto. Intentaba asemejar relato y memoria de soleá. Pero sólo era un intento.