jueves, 19 de febrero de 2009

Letter



Vivo en el número siete. La calle es lo que menos importa. La casa esta adosada a la muralla como otras muchas. Ronda de la muralla, siete. Pero de si vivo o no también se podría prescindir porque este es el relato de Letter.

Decidí hace unos cuantos años colocar una canastilla en el suelo que coincidiera con la ranura del buzón. Todas las cartas reposaban en ella después de una caída libre de metro y medio. Las recogía, las leía, las retomaba, las conservaba, las iba destronando de su reinado. Pero si recibía cartas de Ella o no es lo que menos importa porque este es el relato de Letter.

Junto a un buzón de la ciudad me lo encontré, sin certificar, con toda su temperatura a la espera. Lo acaricié y ya su lengua me lamió. Letter, se me ocurrió, así, en inglés. 'Letter', ven. Y vino y nos lacramos. Un podenco entrado en costillas me siguió hasta el siete. Entró nada más abrir la puerta trasera junto al buzón. En el patio lo primero que hizo fue oler las cartas. Había una de Ella. Pero de Ella no voy a hablar no porque no importe sino porque este relato es de Letter.

Letter engordó en siete días dos kilos. Ahora sí saltaba. Decidí que dormiera en la misma canastilla de las cartas. Era lo suficientemente grande para corresponder a Letter y a las cartas. Y como un cartero entrañable, Letter tomó la iniciativa de acercarme las cartas que terminaban sobre su lomo, entre sus piernas. Lo observaba a la hora del cartero: según iban cayendo Letter las redondeaba con su nariz y luego con la delicadeza inusual en un perro de su raza me las traía. Sentado en sus patas traseras esperaba a que yo abriera una a una, y las leyese. Leía y lo miraba a los ojos. Sin duda el tenía la espera como propósito casi como cotilleo. Sobre todo cuando llegaban las cartas de Ella. Pero de Ella no voy a hablar, aunque debería hablar de su piel, porque este relato es de Letter.

Letter supo siempre cuando era su carta. Se excitaba cuando le tocaba el turno. Me lamía las manos mientras iba recorriendo las líneas. No es que supiera leer Letter, o al menos eso creo, pero lo que sí tenía es ese don no ya para oler sino para oler ese epitelio efervescente que parecía desprender el sobre. Pero de su piel no voy a hablar, aunque un bello apunte merecería, porque este relato es de Letter.

Era ver a Letter oler las cartas cuando caían a la canastilla y saber que ya la tenía en los ojos. Y a él lamiéndome después. Y mirándome con sus giros expresivos, con sus ojos contractuales. Y si Ella emocionaba, nos emocionabamos. Si Ella lamentaba, parte del lamento éramos. Pero sí voy hablar de nuestras emociones, las que tuve con Letter, porque ahora son parte de un lamento profundo. Siete años supo de mí.

Mi vecino me contó que una mujer vino y llamó a la puerta. Lo supo por la forma tan reventada de ladrar de Letter; luego, dice, acabó como con gemidos. Y luego que ella abrió la puerta. Que me llamó, que no contesté y que se marchó. Letter también.

Y no hablo más de Letter.





El poeta pide a su amor que le escriba

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal, la piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,
tigre y paloma sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.


F.G.L. Sonetos del amor oscuro.