miércoles, 18 de marzo de 2009

Luciana



Luciana empezó a estornudar, así, con ese ton que conlleva al son de la moquera. Las salvas estornutorias le venían siempre que Inés limpiaba el polvo de la casa. Ahhhhchisttt. Ines se planteó momificar al polvo y no elevarlo a los altares de la atmósfera, pero no iba con ella. En su profesión de grabadora reinaba la asepsia, el polvo era el mayor enemigo para un buen grabador. Ahhhhchisst. Luciana, deberíamos hacerte las pruebas de la alergia a ver qué dan.

Buenas tardes. Buenas tardes, ustedes dirán. Mire, creo que la niña tiene alergia al polvo, o a los ácaros o a qué sé yo. El caso es que estornuda siempre que limpio el polvo en casa y es que mi relación con el polvo es de una hostilidad absoluta, no puedo con él, no lo soporto. El doctor le hace una línea de siete picaduras con una ligereza indolora. En una de ellas marca una cruz, justo en la que vierte la gota del alergeno del polvo. En el resto de picaduras va el olivo, las gramíneas, el pelo, los ácaros, las arizónicas y la saliva de perro. No pasó ni un minuto cuando la única picadura que aventajó al resto en una proporción volcánica fue la de la cruz. Un volcancito que subía es lo que estaba viendo Luciana brotar, crecer sin cesar. Esperaba una erupción en cualquier momento.

Luciana en seco y en caliente brasa dijo a ambos: ¡Pero si soy alérgica a Dios!

A partir de ese momento el alergólogo, para no alborotarse en sus creencias, decidió cambiar la cruz por el punto en la señal.





Este relato se lo agradezco a Inés González y a su hija Luciana, la niña que está en la tira de fotos.