domingo, 29 de marzo de 2009

Letanía de versos




Detalle del brote de una rama del castaño caído. (Última foto)

Uno se incorpora a la carrera, la de correr a diario, como un azor que siempre sustrae imágenes, palabras, voces, singularidades, momentos exclusivos. Hace días corría por los montes de Elizondo, Navarra, cuando en una ladera ví caído ese castaño imponente. A partir de ese momento dije: tenemos que venir a fotografiarlo, es como un símbolo. En la zona de Elizondo apenas quedan castaños y los pocos que quedan ya están acosados por las llamas que provocan los ganaderos que desean conquistar más terreno para pastos, o por las múltiples enfermedades, o por la desidia, o por su vejez palmaria. Pero antes de fotografiarlo, seguí el curso de mi carrera no sin respirar unos versos. Suelo hacerlo sobre las cosas que me surgen. Evidentemente los voy repitiendo como una letanía y muchos no puedo albergar. Pero me centro en los escasos que paro y llegado el momento de un lápiz los transcribo, y los dejo como están. Luego, por supuesto, trato de continuar el poema. Pero lo que sí tengo claro son los poemas iniciales, pues bien sudados sí están.

Así fui con estos versos mientras corría, dedicados a ese castaño:

Te has caído ya,
viejo arquitecto,
del suelo,
del que eras
su máximo partícipe.

Así vengo a completarlos ahora:

Castaño y viento acumulado,
tránsito final
de quien tenía
la ladera como propia.
No era pedir tu potestad,
era dar para los días
de fuego,
para los días devotos
de frío.
Era sombra viviente
tu verano,
era insistir en tu vida,
en la suya,
en la nuestra.

Un árbol caído,
tendidos tantos años,
y aún, una antorcha verde
insiste.