miércoles, 1 de abril de 2009

Excepto el tren





Oscurecía


Mientras oscurecía el tren seguía su pista perfectamente calibrada. Viajábamos en un tren de esos de traqueteo permeable, de los de humo abundante, de los de tiempo almacenado. Dijimos a modo de broma: viajaremos en un tren donde podamos contar las traviesas si nos aburrimos. Podíamos contarlas desde las ventanas laterales o desde el balcón trasero. Pero no hubo necesidad, como de dormir, que sólo a ojo abatido por el cansancio decidíamos recostarnos el uno junto al otro. Treinta y dos horas llevábamos desde nuestra salida en Ocal. El gesto del paisaje, más allá de parecernos anodino nos resultaba tan silencioso como efervescente: las hostiles estridencias de los descomunales cáctus predominaban. El interior del tren era como una aspersión de personajes, animales, cajas, sed y sueños. ¡Claro que éramos unos gringos para ellos! Pero nos veían tan descalzos que para nada ocultaban el riesgo de vaciarse. ¿Y adónde va Usted?/Sólo trato de llegar y nadita lo pise ire al arroyo a afeitarme estos caños que llevo de dos días. Pediré labor. Llevaba las uñas abatidas. ¿Y Ustedes, adónde van?/Sólo seguimos a este tren. Nos miraba las manos también, las teníamos agarradas. Ustedes trenzan felicidad, dijo./(Una leve sonrisa le apuntamos.) En Fauces se bajaría ese hombre, y nosotros. El río amplio se reinventaba todo el día allí, las nuevas empresas demandaban cada día más y más trabajadores. Todo se renovaba con velocidad exclusiva, excepto el tren, que seguía a carbón.