viernes, 14 de agosto de 2009

Encallar

Encallar. Dígasenlo a un barco. A un barco grande mejor. ¡Ni mencionar ese verbo, esa palabra tan inamovible! Pero yo la traigo aquí, bajo mi caja torácica que es como un diccionario escaso pero con huellas indelebles. Cada palabra es una situación, una correspondencia, un saber escuchar.
Rubielos de Mora, Teruel, pueblo señorial, perfecto, asequible, acogedor, silencioso (salvo si hay disco-móviles). Aunque suene a tópico: pueblo algo detenido. Los ingleses le concedieron la clasificación de 'slow city'.
De regreso de una marcha discreta a dos de sus muchas ermitas nos encajamos en el pueblo Eliane, Luis Vicente y yo. Ya hacia casa saboreamos el compendio de huertas chicas. Pregunté a un señor por cierta verdura que no reconocía. Me dijo que tampoco sabía, que no era de allí, que era de Valencia pero que se había comprado allí una casa. Luis Vicente, dueño de la casa rural en la que estaba le dijo: pues para ser usted valenciano (él también lo es) no se le nota mucho el acento. Contestó el señor: '¿No se me nota? Porque no se encalla nadie a hablar conmigo de allí, sino ya vería.

Y apareció el verbo, verbo lento, verbo derivado de 'calle', verbo necesario para restringirse a un lugar, verbo necesario para hablar y condicionar un poco al tiempo.