viernes, 2 de julio de 2010

Chicharra



Desde que he llegado a casa he percibido un elemento nuevo en el exterior. Un animal que antes no tenía: una chicharra. ¿Será porque el/los árboles han crecido demasiado?
Para mí siempre la chicharra fue la infancia en el pinar a mediodía, cuando con calor. Varios pinos tengo debajo de casa ahora, una fortuna visual en una ciudad que no alivia su calor en los días de verano sin viento. En alguno de esos pinos debe de estar ese instrumento animal que expectora su calor y su deseo. Y es que así es, la chicharra macho es la que se alivia con su canto. Un órgano estridulador con membranas quitinosas llamadas timbales y unos sacos con aire que funcionan como caja de resonancia son los encargados de emitir sonidos de atracción hacia las hembras.
Y sigue, sigue el canto hasta que a ella te acercas. No es el caso. Sigue.

Hace once años estuve en unas jornadas flamencas en Fuenlabrada viendo a unos músicos extraordinarios que acababan de publicar unos de los mejores discos en los que fusionaban, fundamentalmente, guitarra y sitar. Recuerdo vívamente cómo un espectador, mientras Gualberto García afinaba el sitar, decía:
¡¿Y éso, si es una chicharra?!
'Contrastes' es un grandísimo disco donde una guitarra luminosa penetra y un sitar irradia. Ahí tienen el ejemplo propuesto, una soleá donde el exotismo corre a cargo de la voz de la india Bina J. Mehta.

Ahora son la 00.30 minutos y la chicharra ha callado. No me pregunto por qué. Imagino que ya detectó su posibilidad de pasar la noche sin tener que frotar más sus alas. Noche animal, sueño de atrás el mío, oportunidad que se me brinda en esta soleá de pensar en un refugio/cueva donde el silencio es una partitura incesante y donde la voz es el justo reclamo para sentir.

Andarrio (Soleá)



Ay, ay ay.

Arriba en el castillo
porque hay una cueva fría,
porque le falta su dueño
Manolito el de María.

Locura es negarlo
para mí tú has muerto
y aunque vivieras cien años.