lunes, 13 de febrero de 2012

Fiel


Fiel: Aguja que juega en la alcoba o caja de las balanzas y romanas, y se pone vertical cuando hay perfecta igualdad en los pesos comparados.


Esa es la definición que da la Real Academia. Pero hay palabras absorbidas nada más dichas. Ocurrió el otro día al pesarme en el pueblo en una romana que tengo y que pesa a la perfección. Cuando parecía estar equilibrada mi tío, que sujetaba la barra y el pilón, dijo: Parece que el fiel está quieto. Me quedé con la boca abierta, como me suelo quedar cuando una palabra me entra como alimento. Las romanas ya están muy quietas, inmóviles. Me apena verlas así, como las de la foto, quietas, sin uso. Antes, el uso de cualquier cosa daba lugar a la sustracción de palabras, todas desmenuzadas, todas con su justa medida. Ahora nos pesamos en una báscula digital y vemos el número. Antes, en una romana, uno no se podía pesar sólo.



Soleá de ANTONIO REY, titulada A mi padre Antonio

4 comentarios:

Tomás Rivero dijo...

Yo pesé mucho corcho en la romana: un hombre en cada punta del palo, clavándose en el hombro y la romana en el centro. Y el fiel siempre marcaba quintales a favor del señorito o empresario. Mi padre se mordía la lengua. Y un día se lo dije: Consulta el diccionario padre, mira lo que dice:"...y se pone vertical cuando hay perfecta igualdad en los pesos comparados."

Su respuesta fue un cogotazo, y un murmullo:
.-Igualdad en los pesos..., los pesos pesados, siempre han sido los mismos, no te jode. Tonto que eres tonto.

Desde entonces.

JosepMª dijo...

Allá por los años 1950's,
en mi pueblo había 3 matarifes,
que, desde san Martín a la Inmaculada, más que menos,
iban por casas y masías a matar los cerdos que los payeses engordaban durante el año.
Mi padre era el matarife más joven de Vinebre.
Me llevaba con él.
Yo,con 10 añitos,
custodiaba la romana.
Toda la matanza era un ritual;
especialmente,
el pesaje de las canales.
El dueño y su hijo mayor
aguantaban,sobre los hombros,
la larga barra
donde se suspendia la romana.
Yo guardaba el contrapeso,
que entregaba a mi padre,
en su momento.
Él lo movía, rápido y certero,
sobre las muescas del astil,
hasta que el fiel
inmóvil y equilibrado
marcaba el peso exacto.
Todos atentos
al número mágico que mi padre
cantaba,
en alta voz.
Dos pesjes.
Dos números,
que sumados, sentenciaban el peso total del cerdo.
Siempre había un ganador,
o varios,
de las apuestas.
Y hay que ver cómo afinaban,
a ojo...

Tempero dijo...

Los pesos pesados, Tomás, ¿saldremos de ésta a flote a pesar de contar con el corcho?

Hasta el corcho se diluye entre tanta silicona.

Aberazos.

Tempero dijo...

Maravillosa descripción la que nos haces. La matanza se sucede cada vez con menos frecuencia, al menos por mi pueblo. La gente va a lo cómodo: el cerdo siempre fue un verdadero sustento. Ahora la grasa (que flota) está demonizada. Lo que yo demonizaría es el comer sin sentido y sin razón de ser.

Condenemos a perpetuidad a ese buen ojo que pesaba con sólo ver aunque las romanas permanezcan colgadas. ¡Qué gente más sabia hubo entonces!

Abrazos.