martes, 4 de diciembre de 2012

Años


.

.                       ¿Qué es
el tiempo en mí?

Debo
abandonar las preguntas.
                                         Hieren
en mi existencia
mi inexistencia.
                          Mi
existencia o 
mi inexistencia. 
                          Es
indiferente.

                          Antonio Gamoneda,  Canción errónea





Estoy colocando mis huesos
debajo de las arboledas.
                                   Alguno
tiraré al arroyo. Sólo yo sé
que no irá vertiginoso al mar.
Lo sé. Tengo varada la infancia
entre el bálago y las uñas
de los gatos.



Nana de la cigüeña, de Miguel Poveda

.

5 comentarios:

Inés González dijo...

No sé por qué el envío aparece vacío, sin embargo al entrar se ve la publicación.

Quería decirte que esta entrada me parece bellísima, todo en ella conmueve, desde el poema de Don Antonio, innovador en los tiempos, como si respirara con dificultad, pero sin perder su sello inconfundible de voz, y éste tuyo, inmenso e intenso.

Me gusta este giro que desde hace tiempo te noto, este depurar, este mochar el lenguaje, hasta llegar a la entraña del verso, de los huesitos dulces, las uñas o la cola eléctrica de los gatos.

Y la foto, de esa serie que dejaste a medias, el Ojo de Dios, que todo lo ve, hasta la soledad de esta cigüeña que parece se está pensando si emigra o no al Africa cuándo termine el verano.

Felicitaciones!

Tempero dijo...

Tiene casi todo su explicación, Inés. En el trasteo de vista previa para ver cómo quedaba de ordenado el poema de Gamoneda activé la entrada. Y de ahí que luego apareciera enterita, ¡si es que no la había terminado!

Canción erróneame parece un libro tan inquieto como lleno de reposo. Hay sabiduría vital, nada de efectismos. Le hago un guiño aquí a nuestro Josep por si no leyó la entrevista de Gamoneda:

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/10/31/actualidad/1351685094_698963.html

La foto ya sabes con qué medios está hecha: el turuto.

Mochar el lenguaje, desmochar un árbol: ya el exceso del lenguaje en poesía me aburre, Inés. Pero aún no he dado con el estilo que quiero.

Un beso fuerte.

JosepMª dijo...

El tiempo en mí.
¿Lo Absoluto en lo efímero?
Especie vanidosa,
la humana.

De pronto, existimos.
Y, pronto o tarde,
dejamos de existir.

¿Traspasar?

Ya me gustaría a mí,
más allá de ese traspaso,
(puerta)
(muerte)
toparme con la Misericordia.
O con aquella ración de Piedad,
que me ofrecías, marchando,
en la anterior entrada.

Por cierto.
Los mazapanes más sabrosos,
que guardo en la memoria,
me los zampé
en Mora de Toledo.

He hecho una pre-lectura
de la entrevista
(la de tu guiño)
a Antonio Gamoneda
en El País.

Recio, com mucha miga.
Lo empecé a leer en tu blog.
Lo desconocia.
Sus palabras
son como una cicatriz que duele.
Cicatriz del pasado.
Vuelto a herir en el presente.
Fulminante:
_Hay que empezar a actuar
desde la pobreza_

Corazón de poeta:
¡Que nunca pise moqueta!







Tempero dijo...

Tardo en venir, Josep, más te entrego este poema de una admirado mío, José Carlos Llop. Poema de un libro suyo titulado 'La dádiva'.

Muchos poetas pisan la moqueta, premios, instituciones, favores. Pero la entrega de uno en estos tiempos difícilmente deja ver la piel.

Vaya pues EL CÓNSUL DEL TIEMPO



Cuántas noches, mientras miro
el bosque, la niebla y el castillo,
cansado del peso del día
y del trato con los hombres,
y cansado, sobre todo, de mí mismo,
no me habré sentido un cónsul
destinado en un puesto fronterizo,
abandonado a una suerte desoladora
en los confines del imperio,
olvidado por todos,
enfermo y solo, y en el punto de mira
de las tribus bárbaras,
cada vez más levantiscas.
Cuántas noches no habré soñado
en los días que no conocía el mal
ni la intriga, y pensaba que Roma
era una ciudad de brazos amables
y no esta lepra moral
donde sólo caben
el poder y la codicia.
Cuántas noches no he sido injusto
conmigo y en vez de la luna
blanca en el azul más oscuro,
o del calor de los míos, dormidos
bajo la luz del candil,
no habré preferido la memoria
engañosa de lo que perdí
en un tiempo que ya no es mío,
sin atender a las demandas
del tiempo que he construido
aquí en la frontera, orgulloso
como el cónsul solitario
de una ciudad de fantasmas.
Cuántas noches no he de ver
en el bosque, la niebla y el castillo,
a la vida concediéndome sus dones,
para que olvide el dolor y la honre
con la luz de las palabras, el amor
que se esconde en la verdad
de las cosas, y a veces en los hombres,
y la placidez que otorga el saber
estar donde estás y no en el sueño
de un muerto que ni fue, ni es.


Abrazos.

América dijo...

Leídas y degustadas cada una de las entradas, en esta me parao especialmente, esa Nana y tu poema, me sabe a infancia, a sueños que aún podemos arrullar cuando tenemos pequeños cerca, y nos damos cuenta también que algo de niños conservamos en el corazón.
Felices fiestas.