jueves, 3 de octubre de 2013

Azadón de plata

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Hace ya dos años que pasé por ese olivar de Palenciana, Córdoba. En su momento detuve allí esa silla que tanto interroga a lo que ve. Quizá ella misma se responda con más preguntas. ¿Por qué se arrancaron esos ejemplares de olivos centenarios, majestuosos, maravillosos, de esa tierra? ¿Por qué tanto criterio económico nos lleva a tanto desfase?
Ya sabéis de mi amor hacia el olivo, hacia cualquier árbol, a la naturaleza.

Hace unos días mantuve una conversación con Genaro, un agricultor/hortelano de Perales del Tajuña, aquí en Madrid, pueblo en el que tengo una huerta. Le hable de tantos olivares perdidos, le mencioné las pocas ganas de recuperarlos. Él me hablo de cuando tardaban 5 días su hermano y él en arar un olivar camino de Villarejo; también de cuando en un día le daban dos vueltas por hacerlo ya con tractor. Pero algo hermoso me dijo a propósito de mi mención hacia la generosidad de los olivos, así pasen los años:

Recuerdo una cosa que decía mi padre, el hombre, sobre los olivos. Decía que al olívo había que cavarlo con azadón de plata.

No sé si con azadón de plata, pero lo cierto es que a un olivo a nada que lo cuides te da.

Aún sigo creyendo en la raíz de lo puro. Sé que existe aunque nos empeñemos en avasallarla.


La raíz de lo puro, de Antonio Rey, de su último disco CAMINO AL ALMA.