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Oscurecía
Mientras oscurecía el tren seguía su pista perfectamente calibrada. Viajábamos en un tren de esos de traqueteo permeable, de los de humo abundante, de los de tiempo almacenado. Dijimos a modo de broma: viajaremos en un tren donde podamos contar las traviesas si nos aburrimos. Podíamos contarlas desde las ventanas laterales o desde el balcón trasero. Pero no hubo necesidad, como de dormir, que sólo a ojo abatido por el cansancio decidíamos recostarnos el uno junto al otro. Treinta y dos horas llevábamos desde nuestra salida en Ocal. El gesto del paisaje, más allá de parecernos anodino nos resultaba tan silencioso como efervescente: las hostiles estridencias de los descomunales cáctus predominaban. El interior del tren era como una aspersión de personajes, animales, cajas, sed y sueños. ¡Claro que éramos unos gringos para ellos! Pero nos veían tan descalzos que para nada ocultaban el riesgo de vaciarse. ¿Y adónde va Usted?/Sólo trato de llegar y nadita lo pise ire al arroyo a afeitarme estos caños que llevo de dos días. Pediré labor. Llevaba las uñas abatidas. ¿Y Ustedes, adónde van?/Sólo seguimos a este tren. Nos miraba las manos también, las teníamos agarradas. Ustedes trenzan felicidad, dijo./(Una leve sonrisa le apuntamos.) En Fauces se bajaría ese hombre, y nosotros. El río amplio se reinventaba todo el día allí, las nuevas empresas demandaban cada día más y más trabajadores. Todo se renovaba con velocidad exclusiva, excepto el tren, que seguía a carbón.