
¡Ay, la escritura!, nuestro andar más torpe de lo andado, de lo que otros han andado, de lo que andarán. Andaba ayer por una chopera y de pronto me puse a escribir a la par de mis pasos, era andar y bajar los ojos a las hojas, ahora que tiemblan las hojas de color, ahora que despiden su última clorofila, ahora que todo el cartonaje de sombra comienza a despedirse, y yo hablándome, escribiéndome, reescribiéndome, facilitando la entrada de un beso, encogiendo lo más posible la muerte
de a quién he querido tanto, abriendo las compuertas -quizás esta palabra ya la han utilizado mucho- del tiempo, denunciando el exceso de silencio y la falta de canto, y si me paraba iba más ligera la escritura, y si escarbaba, ahondaba a mis diez años fugándonos constantemente en el juego, y sí, al final, el paseo, el entorno, el retorno. ¿Y si escribo de verdad? Pues a ello, aunque sea nuestro andar más torpe, nuestro tropiezo asegurado con lo que otros hayan dicho o sentido de forma similar.