Sigo teniendo trenzadas aquellas manzanas
de aquel árbol ya inexistente, de aquella huerta
de la que sólo queda el perfil óseo de su esqueleto.
Pasé hoy por ella y vi que nada queda. Pasé
de aquella vieja realidad otoñal al proceder de un sueño:
era quien fui, éramos, fruta era aliento por un árbol,
subíamos, sabíamos del estimulante morder ácido
de una manzana, pero paso ahora a mi hoy,
a mi modo de hacer calma con el pasado,
acomodándome, fingiendo que lo que como
es la parte más versátil de la infancia.