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Me pido un alto para reivindicar lo nuestro,
una pequeña extensión que no diga por exhuberante,
un trozo abierto abierto a la memoria,
una parcela custodiada sólo por la raíz.
Para acompañarme a este lugar
no me valen unos ojos perecederos.
Cualesquiera ojos ya me valen: insólitos,
deudores, hambrientos, versátiles, labrados.
Son los ojos que da el silencio y que después hablan
los que quiero que me acompañen, y que digan
si en la atalaya desde la que somos insignificantes
no prospera la vida más allá de la ciudad.