Siempre hay algo que cruje, algo que empuja, algo que precisa ser observado. La sensación de que alguien alberga algo, o de que algo siempre alberga alguna cosa.
'...,la parra otoñece cada octubre, octubrece todos los años, y uno quisiera, como ella, crecer en soledad, tener una apoteosis anual que nadie mira y volver luego a la paz, el silencio de los vientos , la minuciosa vida de los pájaros, mientras el vino de la herida se va cayendo en hojas, decolorando en llamas, empalideciendo como la vieja prima donna (María Callas),...'
Francisco Umbral, Un ser de lejanías.
Otra versión de 'Otoñecer' la encontrarán en Sofía.
Intuyo el invierno cuando me distraigo en el otoño. Y, así sucesivamente, con el resto de las estaciones. Intuyo árboles a la deriva de la quietud. Intuyo el roce del silencio en savia detenida. Otoñece por donde miramos, se vierte el único idioma de las hojas en rojo, traducción simultánea al amarillo, quedarse en ocre y no estallar. Otoñece sin filtro, intuyo el ramaje desnudo, el fundamento desnutrido del árbol, su esqueleto vivo. Son intuiciones mi otoño. Al cabo mi yo se intuye como invierno también.
Bernarda por siguirillas. Cante más desnudo sí es posible: sólo con voz. Aquí, compás y voz. Voz sedimentada en tercios donde las historias demandan continuar lo más vivo que se encierra en ellas.
Bajo esta primera seguiriya no perturbo la escucha con el texto.
Ay, ay, puertecitas no tenía primo adonde llamar puertecitas no tengo donde llamar. Con qué fatigas yo llego a la tuya, la encuentro yo cerrá, la encuentro yo cerrá.
Ay, primito mío, mi alma que bien te camelo, como yo te quiero, que bien te camelo, porque tu tienes , porque tu tienes la cara muy gitana y el pelo muy negro, gitano de mi alma que bien te camelo.
Ay, ay, que fatigas más grandes me has hecho pasar qué vergüenza más grande me has hecho pasar. Yo ando pidiendo, yo estoy pidiendo de puertecita en puerta para tu libertad, qué vergüenza más grande me has hecho pasar.
Ay, qué fatiga, me dieron ganas de llorar, ganas de llorar('las cátedras'). Cuando sentí, cuando escuché el pitito del barco, la máquina andar, fatiguitas muy grandes, ganitas de llorar.
Quién dio aquel tirito que en mi puerto dio que los umbrales de mi casa derrumbó. Quién dio aquel tirito que en mi puerta dio.
Bien sabemos los segovianos que Segovia es un balcón flotante desde el que ver a esa mujer que lo es todo menos muerta.
Admirarla así, enaltecida de retamas en primavera o repasada por la nieve. Siempre viva, granítica, luminosa. Mujer muerta germinal, alusión aérea. Por hoy, y por muchas, las veces de sentirte. Las de cantar tu registro amoroso. No detendremos tu agua, serán de probarla nuestras ansias. Colgaremos tus besos, ésos que al mirarte nos solucionan parte del reposo.
Desde mi balcón flotante fui colgando tus besos y ahora todas las noches repican con el viento.
Corazón mio no llores ni tengas penas que si tu pasas fatigas otros arrastran cadenas.
Que me he salido a asomar, ya no me arrimo a las rejas que me solía asomar que me arrimo a la ventana que cae a la soledad. Deseando una cosa parece un mundo luego que se consigue tan sólo es humo. Tan sólo es humo niña, que parece un mundo.
Que soy piedra y puede ser olvídame, pero advierte, que soy piedra y puede ser que algún día en mí tropieces y en mí vuelvas a caer.
El sarmiento en la lumbre y el que se enamora. El sarmiento en la lumbre y el que se enamora por un lado se enciende por otro llora.
La iglesia se ilumina cuando tu entras. Y se llena de flores y se llena de flores donde te sientas.
De bronce, compañera no más golpes, mira que no soy de bronce, mira que una piedra se quebranta a fuerza de muchos golpes.
Bajo sus pies, bajo sus pies florecía la mañana. Y su cabello tenía la cara de una intacta.
Al andar de la paloma al andar tu te cimbreas al andar tu me pareces un ramo de flores que se balancea. Tú me pareces un ramo de flores que se balancea.
El ibas sólo tambaleándose borracho de amor borracho de hambre borracho quién sabe.
Poema de Pedro Garfias musicado por Enrique Morente.
Igual pudo descerrajar dos tiros. Igual pudo elegir la escopeta entre las tres que tenía, pero descartó la repetidora. Por la paralela es como sintiese el hocico del animal nada más apuntar, era su arma querida, la que conocía la disposición de los matorrales, ¡tanto había ido con ella! Por la superpuesta sabía que norte y sur se pueden deteriorar con un simple gesto del gatillo. Norte era su cara y sur el entramado de su pelvis. Pero ya lo he dicho, que igual le pudo descerrajar dos tiros por toda la contienda amorosa que llevaron constantemente. Esta vez le perdonó la vida. Su padre justo se había llevado las escopetas a revisión al cuartelillo. Fue como un mensaje pospuesto.
Olivos centenarios en venta en la localidad de ESTEPA (Sevilla)
Años de vida, años de llanto son a los que yo me encamino. Esos olivos no son de ahí, fueron arrancados. Un árbol no tiene venta. Un árbol tiene lugar y disposición. Desubicado, de un árbol nos quedará su incesante rumor sonoro. Un no se qué lacerante se me instala en esa parcela tan atroz que los dedicamos. Si un árbol gime, es para no parar.
Fervor por los olivos. Algun@s ya lo saben de mí. Mi infancia transcurrió entre chaparros y retamas. Mi adicción a los olivos es reciente. Media vida llevo tras de ellos. ¡Cómo resurgen, cómo resultan agredidos, cómo son trasplantados! Y ellos dan. Ya sabéis lo que dan. Otra cosa es estar vinculado al zumo de la aceituna, sí zumo, porque éso es el líquido. No descubro nada pero sí derroto la idea de grasa, que también lo es. Fue probar hace años una variedad de Creta llamada 'Koroneiki' y sentir algo sensacional. Probad.
Antonio Machado
¡Viejos olivos sedientos bajo el claro sol del día, olivares polvorientos del campo de Andalucía! ¡El campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado de olivar y de olivar!
Y, ahora, quien quiera que baile. Y quien diga que el olivito es mala leña se las tendrá que ver conmigo:
Pasa. Puedo decir que entras y te distingo por tu forma de hablar, esa que habla por dentro. Pasa, puedo decir que deambulas por lo caído y te distingo por como te paras. Pasa, mira desde dentro lo de afuera, te distingo tu forma de bascularla, la mirada que me cae, ya ves, yo caída, tu que la caes y la rozas y te la entiendo. Pasa, sube, verás el cielo, éste no tiene derrota, sí mi techo, pasa y sube, te distingo como quien baja a lo más callado. Pasa, te cuento, te distingo por decirme.
Amor, cuando yo pienso en el mal que me das, terrible y fuerte, voy corriendo a la muerte, pensando así acabar mi mal inmenso; mas, en llegando al paso que es puerto en este mar de mi tormento, tanta alegría siento, que la vida se esfuerza y no le paso. Así el vivir me mata, que la muerte me torna a dar la vida. ¡Oh condición no oída, la que conmigo muerte y vida trata!
Miguel de Cervantes, 'El Quijote', capítulo 68, 2ª Parte.
Acudir a un concierto de Mayte Martín es asegurarse intimismo, buen hacer y delicadeza. Cante flamenco o cante a poetas. Ella reconoció que en este último disco suyo están todas las Maytes. Mezcla estilos, deja entrever acordes flamencos, derrocha conmoción. Y a los que la venimos siguiendo desde hace mucho tiempo nos hace temblar. Dicho así, temblor líquido en un silencio radical. Agradeció la gran complicidad de sus músicos sin los cuales estos proyectos no saldrían adelante. Olvido Lanza cimbreando sobre su violín, haciendo las mismas sílabas ensimismada cuando le tocaba silencio; Chico Fargas vaciando sus manos en la percusión; Guillermo Prats haciéndose pulgares en el contrabajo de fondo; y José Luis Montón elevando la segunda guitarra constantemente.
El concierto siguió fielmente su disco último: 'Al cantar a Manuel'
El poema que presento a continuación es uno de los que más me gustó. Me toca fibra. El campo descampado. La mano que tanto ha intervenido en el campo muere, se esconde. El poeta recuerda su campo interior de Málaga. Mayte aludió a la forma que tiene el poeta de tratar la muerte: 'de una manera dulce y nada dramática'. Os dejo el poema de Manuel Alcántara y su música doble, la intrínseca y la que nos bendice Mayte.
al sur de los limones
el campo esconde manos, las entierra al sur de los limones, tierra adentro vivir se queda huérfano de manos del nativo decálogo del cuerpo.
tantas utilidades escondidas residen para siempre en el silencio...
un haz de manos quietas es la muerte yacimiento de manos es el tiempo debajo de la tierra no hay saludos los muertos no conocen a los muertos.
Glup 2.0 es un blog en el que el electrocardiograma literario jamás es plano. Cierto es que la mujer tiene una preponderancia en ellos, en el blog y en Pedro, su domador único y absoluto. Siempre hablando de palabras y emociones, claro esta. Nada de circo. Allí me presentó esta entrada que hoy reproduzco aquí para quien quiera, la conozca ya o no: http://glup2.blogspot.com/2009/10/tempero.html
Voy por la senda del morir más clara y de toda esperanza me retiro; que sólo atiendo y miro adonde todo para, pues nunca he visto que después viviese quien no murió primero que muriese.
Lope de Vega
(Égogla a Claudio-EL DESENGAÑO)
La pintura se iba a desconchar
No, no llamen si creen que es la puerta del cielo. San Pedro no os atendería. Pedro existió, fue mi amo. Murió hace muchos años. Yo también, pero aún hice por mi cuenta cinco años. Yo soy Bernardo. Me llevaron a un herrero en mi edad madura, a los diez años. Pedro le dijo a Paco, el herrador, mírale la cara, mírasela bien y hazme un llamador con su rostro. Yo venía de las piernas de Ella, cuando aún era plumón. La casa donde vivíamos ya está cerrada. El desconche de la pintura es el gesto más inoportuno de lo que se barrunta. Allí hubo vida, generosidad y estímulo. En la casa, en su patio, alrededor de sus kentias luminosas. Yo ladraba maduro. Viene el juez, decía Pedro. Ladraba redondo, viene Ella. Ladraba descolocado, y pasaban chicos por la calle. Ladraba y quedaba quieto, llegaba Mauricio y metía las cartas por la ranura de la puerta. Mauricio me toco cuando era plumón porque era vecino de Ella. Mauricio me sentía quieto y decía desde la calle, hay una de Ella. Le daba las gracias como quien ladra. Pedro la creía muerta hasta que llegaba una carta. Vino Ella conmigo a la casa. Unos meses y se fue. Entonces Pedro me llevó al herrero. Y Ella, ... no sé. No sé adónde se fue. Ella me rascaba, siempre. Pedro metía sus cartas entre maderas olorosas. Mis ojos eran tristes. Bernardo, vendrá, me dijo un día con la convicción de un ladrido. Pero Él no era perro y yo olía de largo las cartas. No vino. Murió mi amo, Pedro. Y yo supe que la pintura se iba a desconchar.
Luego, si me atengo al ocio de la escucha y del escribir, os vincularé al concierto al que asistimos anoche en Madrid de Mayte Martín. Vaya uno de sus mejores temas (definida por Mayte como una grandísima carta de amor: En aquel tiempo
Yo tuve el corazón capaz de lluvia. Ocurría febrero con sus alas y el tiempo digital nos puso juntas las manos y los ojos y los cuerpos: toda la tierra que el amor excusa.
Igual que el viento en las banderas altas se comportó en nosotros esta música.
Me fui quedando acompañado y cierto, entendido en los bosques de mi jungla, leñador orgulloso de raíces que no debieron nunca estar ocultas. Lo de siempre se puso a ser distinto: el mar entero cupo en una urna, el hielo de los vasos provenía de una lejana nieve, nuestra y única, mis manos migratorias se quedaron a vivir en tu tierra más profunda y en mi boca, de siempre descontenta, dimitían de pronto las preguntas.
Presenciadas por dos cambian las torres, la muerte aplaza sus gestiones últimas y estar vivo se agita y condecora. La muerte debe ser como un espejo donde uno mira y mira sin ver nunca. Ven cerca. Más. Que entre los dos no quepa ninguna muerte ni ninguna duda. Te hablo desde febrero y desde siempre: sabemos del amor por lo que alumbra, por lo que tuerce y acrecienta y rige, por su forma de andar en la penumbra... Y así, sobre semanas perseguidas izamos con esfuerzo nuestra alma.
Como entrado en tierra estoy es por lo que voy hacia esos años blancos en los que el agua pertenecía a la sed. Pozos por testigos, muchos mermados ya. Debería, me pregunto, transigir ante el olvido un elemento tan relevante como lo es un manantial, un pozo, criterios ambos de frescura. Sólo lo pregunto, sintiéndome como me siento en tierra. Sólo el desplegar sin sentido al agua tiene una respuesta, y no lo digo yo, lo dice el seco sollozo desde dentro.
Intento hoy servirme la justa porción de cal. La misma de tierra, otra equivalente en sombra. Apropiadas mezclas para decir con silencio y callar con voz la estimada vida, los amables recuerdos. Colocar frente al sol a uno de Ellos y distinguirlo, por un momento, de la ventaja del tiempo.
Hace unos días Filomena me hablaba en el pueblo: el otro día refrescó bastante. Ya, le dije, pero todavía no ha escarchado. Ya sabes lo endebles que son los tomates, en cuanto huelen el frío se echan a perder. Sí, dijo Filomena, se amuelan enseguida. (Afortunadamente, mis tomates a secano han sido muy generosos. Aún recojo.)
Hoy en Madrid, un abuelo a su nieta e hija antes de entrar en el colegio: parece que estáis arrecidas de frío. Sí, papá, es que estos cambios de temperatura no son buenos.
Arrecirse, amolarse, dos verbos de otoño e invierno. Dos estaciones que lo que menos proporcionan es frío. Hasta los verbos sufren el cambio climático.
Ante la naturaleza no advierto desengaño. Considero que lo que crece donde los humanos es la raíz usurpada. Siempre usurpamos raíces. En la ciudad ocurriría lo mismo. De una forma más lenta, quizás. Lenta es la sabina, su proceder a largo plazo. En una más que posible edificación de pastores las tenemos. Silencio nuestro por voz de ellas. Así es la naturaleza, sin alharacas.
Robo este tema a Sofía para ejercer mi derecho, no al desengaño, que bastante lo estoy, sino a la pasión por las cosas que emergen.
Cuando florecen las encinas, decía, hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Pasa como cuando llora un hombre fuerte y maduro, cuando viene un estremecimiento a colmar una plenitud. Hay en ello algo humano, "sazón de todo". Igual con las encinas. Con las jóvenes y las viejas, que todas florecen. La hoja del chaparro es áspera, crujiente, graciosamente rizada en el contorno, verde el oscuro haz y gris el envés. El tronco áspero y duro se diría insensible. Se diría insensible el árbol entero, apenas conmovido por lluvia o viento, sol o hielo, un contemplativo, con mucho cilicio y poco halago. Y de pronto hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, aquella ascesis, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y toda la melancolía del sauce. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas que casi componen una figura patética en el paisaje, y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes que pierden el tino y el peso. Luego, quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se suele prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.
José Antonio Muñoz Rojas, 'Las cosas del campo'
¿Qué puedo decir yo de la encina? Esta encina que presento abajo como última foto está en el término de Hornachuelos, junto a la pedanía de San Calixto. Se la reconoce desde las vistas aéreas de los programas dedicados ello (Google earth, Visor SigPac). La razón no es otra que sus dimensiones y que ocupa ella sola una finca de pastos. La vi en su día y quedé señalado. ¡Cómo no iba a quedarme a sí con sus casi cuarenta metros de diámetro de copa! ¡Qué invitación a sombra! Recuerdo lo que nos dijo un hombre que tenía una casa en esa pedanía. "¿Y por qué vienen ustedes por aquí si no hay nada que ver?"
Hoy sé que con la madera de encina abro una puerta. Abro parte de mucho de lo que fui. La poda de las encinas, sus nidos, su copa imperial. Los grajos como sus habitantes de luz. El cereal como ropaje. El frío como silencio. Abro una puerta en invierno y arde el hogar. El sentido de la leña, la raíz callada.
Vaya esta entrada como claro homenaje a un poeta grande:
Dormido Manzanares discurría en blanda cama de menuda arena, coronado de juncia y de verbena, que entre las verdes alamedas cría;
cuando la bella pastorcilla mía, tan sirena de Amor como serena, sentada y sola en la ribera amena, tanto cuanto lavaba nieve hacía.
Pedíle yo que el cuello me lavase, y ella sacando el rostro del cabello, me dijo que uno de otro me quitase;
pero turbado de su rostro bello, al pedirme que el cuello le arrojase, así del alma, por asir del cuello.
Lope de Vega, soneto 13, de 'Rimas Humanas y Divinas del Licenciado Tomé de Burguillos'.
Este es un soneto para puro deleite y para nada mi 'Carta' quiere raspar sobre su contenido*.
CARTA
En tierra espero no volver a verla. Mi padre me aficionó al buceo desde bien pequeño. El pequeño pueblo costero de Rocasira y sus zonas acantiladas eran propicias para que quien no temiese al mar se diese un baño de certezas y peces por su interior. Siempre traía un enorme pescado mi padre. ¡Vaya pescado que traes!, le decían las señoras del pueblo a mi padre. Pescado, pescado, y con pescado se quedó como apodo. El mismo que yo heredé cuando el desapareció en el mar. Para entonces ya tenía veintiocho años yo. A mi padre le habían recomendado que espaciase las inmersiones. No hizo caso. Hubiera sido infeliz de no haberse mojado y de haber reservado el aire sólo para la tierra. Me enseñó la pesca y los entresijos de los paisajes del mar. Nunca quise, en cambio, pescar. Disparar no era lo mío, observar y disfrutar con mis ojos espeleológicos sí. Pasé a inventariar y a pintar todas las oquedades que había bajo los acantilados. Todos los brillos, todos los movimientos de peces y crustáceos. Sumergirme era como para otros andar. Casi nunca utilicé oxígeno. Llegué a aguantar hasta cinco minutos. Técnica y entrenamiento y sentirte pez, sobre todo éso. Mi padre en la infancia me hablo de una sirena que rondaba por allí y que seducía a los mejores nadadores. Me la describía al detalle, y al mismo me la imaginaba yo agazapada, fulminando con sus ojos y sus cabellos a quien entrase por sus dominios. No exageraré si digo que cierto día noté una succión entre una zona oscura de rocas. Había estado por allí muchas veces. No vi ningún rostro pero sí me vi enredado en lo que primero creí algas finísimas y que después consideré cabellos. No quise asociarlo con la historia de la sirena. Me parecía absurdo. Hoy no tanto. Desde aquella primera succión se fueron repitiendo conforme me sumergía a las zonas de mayor complicación. Un día sé que perdí el sentido. Y lo sé porque me desvanecí sin motivo alguno. Aparecí quinientos metros más allá de donde había iniciado, sobre la oquedad de unas rocas. Aparecí sano excepto por la parte de la inserción de una de las costillas. Me noté más la forma de una espina que de una costilla: alguien me había mordido y por el pequeño hueco salía un humor claro y no sangre. No le di importancia. O sí. Me hizo más reservado en las siguientes inmersiones. Hasta que en una de ellas dos bancos de peces me rodearon con una única finalidad: conducirme a unos interminables giros y a una terrible absorción de la que pude tantear una boca como una emulsión de pianos y unos brazos sinfónicos. ¿El canto de las sirenas? Atrapado, esquivando, memorizando cada detalle, vapuleado, herido más si cabe logre salir y tomar aire. En tierra espero no volver a verla. Me mudé al campo rudo, al campo con mi mismo apodo y con mis branquias ya llenas de piedras, retamas y encinas. Sólo ando sin apenas consumir aire. Casi nadie me conoce. Mi nueva casa esta muy alejada de Rocasira. Recibo pocas visitas y escaso correo. Una carta, hace dos días, sin remite, es la que me ha vuelto inquieto. No había letras. Al comenzar a abrirla me vino un hilo de agua. Noté su sabor a sal. Puse celofán en el pequeño pinchazo del sobre. La guardé en una caja. Algunas veces aparece en el suelo.
*Tampoco rivalizar -la carta- con la escucha propuesta:
Esa pequeña higuera tiene claro una cosa: su persistencia. Todos los años la acaban arrancando. Ella vuelve a salir por el mismos sitio.
Tener ese gesto de raíz, hablo de ello, permitidme, tenerlo, ese gesto, redunda en vuelo, y me es grato anunciarlo sólo por el hecho de saber más sobre suceso de la vida.
Profundidades es un tema de Rafael Riqueni que ya inserté en el cuaderno. Pero os aseguro que me ahonda siempre.
Amigo. Un hilo delicado, casi manso se advierte como principio.
Primero fingiste una huida de la casa de tus padres. Ellos sufrieron esa momentánea despedida. Luego te fuiste. Más allá de adonde pretendías. Por crecer, por no darte a las vueltas mortecinas de aquella casa que te ahogaba. Lo recuerdo bien. Me lo dijiste, necesito algo más implacable. Y te referías a expulsarte de ti mismo, a no tener que reventar por la autoridad de aquel padre que te tenía emparedado. Tus hermanos, el negocio familiar, tu resistencia. Y cuando te fuiste de verdad fue para no saber nada. Nada hasta que dieron contigo. Y te dijeron que hacían seis años del incendio en la casa de ellos, porque para ti eran ellos. Y que murieron todos. No se pudo hacer nada en aquella noche implacable. Viento y techo de madera. Y cientos de cobras como llamas. Y ahora vuelves y ves ese principio. No abro, dijiste. Ni siquiera había un agujero en la puerta para poder mirar el solar que dejo el incendio. Sólo la puerta se mantuvo. Cuando sacaron los cuerpos, tu tío cerro la puerta. Hasta ahora que tu tienes la llave. La zarza ha abierto su principio. No la arrancas. Simplemente te vas.
Voy por la senda del morir más clara y de toda esperanza me retiro; que sólo atiendo y miro adonde todo para, pues nunca he visto que después viviese quien no murió primero que muriese.
Lope de Vega (Égogla a Claudio-EL DESENGAÑO)
No, no llamen si creen que es la puerta del cielo. San Pedro no os atendería. Pedro existió, fue mi amo. Murió hace muchos años. Yo también, pero aún hice por mi cuenta cinco años. Yo soy Bernardo. Me llevaron a un herrero en mi edad madura, a los diez años. Pedro le dijo a Paco, el herrador, mírale la cara, mírasela bien y hazme un llamador con su rostro. Yo venía de las piernas de Ella, cuando aún era plumón. La casa donde vivíamos ya está cerrada. El desconche de la pintura es el gesto más inoportuno de lo que se barrunta. Allí hubo vida, generosidad y estímulo. En la casa, en su patio, alrededor de sus kentias luminosas. Yo ladraba maduro. Viene el juez, decía Pedro. Ladraba redondo, viene Ella. Ladraba descolocado, y pasaban chicos por la calle. Ladraba y quedaba quieto, llegaba Mauricio y metía las cartas por la ranura de la puerta. Mauricio me toco cuando era plumón porque era vecino de Ella. Mauricio me sentía quieto y decía desde la calle, hay una de Ella. Le daba las gracias como quien ladra. Pedro la creía muerta hasta que llegaba una carta. Vino Ella conmigo a la casa. Unos meses y se fue. Entonces Pedro me llevó al herrero. Y Ella, ... no sé. No sé adonde se fue. Ella me rascaba, siempre. Pedro metía sus cartas entre maderas olorosas. Mis ojos eran tristes. Bernardo, vendrá, me dijo un día con la convicción de un ladrido. Pero Él no era perro y yo olía de largo las cartas. No vino. Murió mi amo, Pedro. Y yo supe que la pintura se iba a desconchar.
Sé que existe la tormenta y sé que llega la calma.(Bis) Y estoy loco por saber si esa gitana me ama, estoy loco por sentir su pecho junto a mi pecho... mi pecho junto a su espalda...(bis)
Lereireireire....
Qué larga es la distancia que presiento larga es la distancia, puro el sentimiento. Profundidad que veo yo en tus ojos, o es que te miro desde tan dentro... iré, iré, iré a por agua en el desierto iré con el viento (bis).
Lereireireire....
Estoy cansado de cantar a las estrellas y la luna, a los mares y a los ojos de ella. Quiero cantar a lo que nunca he cantado, a ese niño aventurero que es mi pasado. Voy a llorar, voy a reír, voy a volar... soñando la buena voluntad, y no habrá tempestad...